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BIO

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Cuando somos niños la vida es un juego maravilloso donde siempre ganamos la partida. Pero conforme crecemos, las alas se desgastan, nos van y vamos frenando su vuelo. Llegan las presiones, las dudas y miedos ante la toma de decisiones. Si eres un músico al que siguen miles de personas, con una prometedora carrera por delante, todo se complica todavía más.


Álvaro de Luna (Sevilla, 1994) reconoce, sin ningún pudor, que, antes de enfrentarse a la composición de su segundo disco, el más personal de su carrera, tenía la mente llena de expectativas impuestas y autoimpuestas. Venía de disolver su banda “Sinsinati”, de lanzarse a la piscina en solitario con un primer disco “Levantaremos el sol” o del éxito masivo de varias de sus canciones. Atravesaba, además, una época complicada. Hacía un año que no se encontraba. Llegó a estar tan bloqueado mentalmente –esto lo sabría después- que hasta por un breve lapsus de tiempo perdió la voz. 

En un día de rabia, golpeando la guitarra como si fuera un saco de boxeo, brotó un riff y el esbozo de una canción, “Portarse mal”, que se salía de sus parámetros musicales habituales, con un lenguaje rebelde, lejos de lo políticamente correcto, que le representaba a la perfección. Aquello supuso un punto de inflexión, el principio del camino. Recordó que en esta vida ha venido a jugar, a pasarlo bien. Tantos te quieros y suenan todos falsos, aunque me duela sigo andando descalzo, con el corazón roto en mil pedazos. Siempre he tenido mucho miedo al fracaso.

Decidió dar la vuelta al miedo, experimentar artísticamente con todas las músicas y experiencias de su cabeza. A partir de ese diálogo interior, fue gestando su disco “UNO”, producido junto a Paco Salazar, que él mismo define como un nuevo comienzo, un renacer. No desecha todo lo anterior, pero siente que por fin un trabajo discográfico representa en su totalidad a la persona y al músico que es hoy. Conecta con el Álvaro de la fotografía de la portada: el niño que vuela libre y que se inició en el mundo de la música de adolescente para desahogar sentimientos, por pura emoción, sin condicionantes o metas preestablecidas. 


Desde esa libertad buscó y encontró su sonido, entre el pop y el rock, que difumina las clásicas separaciones entre estilos o generaciones. Democratiza ambos géneros, demuestra que las dos personalidades pueden convivir en una misma canción y gustar a públicos diversos. Se reinventa sin morir en un álbum de poderosas guitarras que exprime desde el pop. 


El disco arranca a contracorriente, con una balada desgarradora, “Tu nombre”. La historia de un amor en su fase inicial que se esconde de la Santa Inquisición del siglo XXI, la opinión pública, para no ser juzgado, cansado de tanto ruido y tanta pose. Una canción sin apenas instrumentación que desnuda su personal voz rasgada. Luego suena su exitazo “Todo contigo”, sobre las relaciones que devuelven las ganas, compuesta entre Argentina, en una noche llena de emociones artísticas, y Colombia, de ahí el aire andino que besa su particular pop.


El artista visitó ambos países en su primera gira por América Latina en 2022 y regresó con la maleta llena de nuevos sonidos. Presentes, particularmente, en “Hoy Festejo”, creada e interpretada con la banda colombiana TIMØ. Cumbia pop-rock para festejar la vida, el desamor que por fin desaparece sin dolor y que, visto desde la distancia, supone también un aprendizaje. Una especie de “Camisa negra” 2.0. Hoy festejo, por lo que soy y lo que fui. Hoy festejo, que ya no estás aquí”. 


Ya en España, en los estudios La Casamurada, dio forma a “La boca”, una declaración de amor cargada de sensualidad y de puestas de sol en la que quedarse a vivir: deja que el tiempo decida. O “Rockstar”, otra de las canciones más importantes del disco cuya melodía brotó en su mente de repente, en una especie de exorcismo musical que terminó de sanar toda la oscuridad de la etapa anterior. Vivo como un rockstar y ya perdí la cuenta de las veces que me fallé. Retrata la bajada a los infiernos. Besos helados, erizando poros de mi piel. 


Durante el proceso de transición vital para reencontrarse, vio la luz la épica “Cuatro días”, sobre las batallas que libramos solos y en equipo. También “Sin antifaz”, con la colaboración de Rayden, una declaración de intenciones con toques de rap y de western americano para destapar a los mentirosos del mundo de las vanidades: “Voy a retratarte sin antifaz, podría perdonarte, pero nunca olvidar”.  


Todos los rincones de “UNO”, incluso dibujando momentos oscuros, están inundados de luz, de celebración, de honestidad y sinceridad. A veces una caída es esencial para ponerse en pie. El músico canta al encanto de las primeras veces, al amor, al trauma ya superado, a la herida que no duele, a la vida que florece. Da un paso más allá en su crecimiento musical, vocal y como compositor, desarma estrofas desde una interesante mirada. Se nota, además, que se ha curtido en los escenarios y que no ha parado de girar en los últimos tiempos con sus nuevos músicos, una tribu fundamental en este salto hacia adelante. 


Sus característicos coros, presentes en estas canciones de una manera mucho más controlada, te envuelven. Lo mismo que las melodías o las letras, que uno retiene y tararea desde la primera escucha. Éste es uno de los grandes superpoderes del artista: crea, sin planearlo, hits que permanecen, que te levantan. Una vez más, serán carne de cañón de dial radio. 


Los aires de liberación brillan especialmente en “Toda la noche”, original canción con toques ochenteros muy bailable –en ella emplearon un sintetizador JUNO- y que retrata una placentera resaca emocional que se expande por todas las extremidades: “Siempre me ha gustado jugar con fuego y contigo quiero quemarme”. 


Cierra el disco como empezó, con otra canción que baja pulsaciones, “La jugada”, noches de tequila y rock and roll. Con estribillo abierto, cálida y hermosa, aunque la letra escueza: “guárdame un pedazo de cielo, desde que te fuiste me hielo. Quiero que todo sea igual, sin tener que disimular. Déjame cuidar de tus miedos, dime por las noches te quiero”. 


Cuenta Álvaro de Luna que de chaval emulaba a escondidas los directos de sus artistas favoritos y se emocionaba especialmente al sentir rugido del público. Soñó y sueña desde entonces con hacer música para provocar emociones. En ese hermoso proceso, ya nunca más dejará de escucharse porque “UNO” es su cable a tierra.  

 

Laura Piñero

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